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CÓMO INTENTABAN LOS ESPAÑOLES PROTEGERSE DE LOS PIRATAS INGLESES
Indagando en la historia a menudo nos encontramos hechos inverosímiles, sorprendentes y admirables. Ante ellos los amantes del pasado, curiosos como somos por naturaleza, basculamos entre la sugestión y el espíritu crítico, no del todo seguros de la veracidad de tales maravillas.
Pues bien, el encadenamiento del mar océano a manos de uno de los monarcas más poderosos de la historia, Felipe II, es sin duda uno de esos hechos que no por parecer fantásticos dejan de ser verídicos.
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Cuando Felipe II encadenó el Océano
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Felipe II: CÓMO INTENTABAN LOS ESPAÑOLES PROTEGERSE DE LOS PIRATAS INGLESES. El ingeniero Tiburcio Espannochio y la falta de presupuesto.
Autor
Daniel Garcia
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Daniel García García. Nacido en Vitoria, aunque castellano de adopción, se licenció en la Universidad de Valladolid en las ramas de Historia y Literatura Comparada y Teoría Literaria. Actualmente trabaja en la Universidad de Sevilla.
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Cómo sucedió el ‘encadenamiento del Océano’
En 1581 Felipe II se hallaba en su apogeo tras lograr la tan ansiada unión ibérica entre los Reinos de España y Portugal, así como sus vastos territorios coloniales.
En política exterior, y tras la victoria de Lepanto sobre los turcos, las principales preocupaciones del monarca nacido en Valladolid eran los rebeldes en los Países Bajos (la actual Holanda) y los daños que infligían los piratas ingleses a lo que hoy llamaríamos intereses de España.
Fue en aquel entonces cuando Felipe II, resuelto estratega, se decidió en atajar los constantes ataques de escuadras inglesas con patente de corso, como la del famoso pirata Francis Drake, a los posesiones españolas en Ultramar, ya fueran barcos, plazas o recursos.
Su plan era monopolizar el paso del Océano Atlántico al Océano Pacífico “cerrando” el estrecho de Magallanes, al sur de Argentina, con una gran cadena que impidiera el paso a cualquier embarcación.
Más allá del titular, título más bien, que encabeza este artículo, hay que explicar que aquella acción formaba parte de un plan más amplio encaminado a poblar y colonizar esa zona del continente y asegurar de ese modo la nueva e importantísima ruta marítima que unía a los dos Océanos.
La zona del estrecho de Magallanes, a pesar del universal topónimo, había sido realmente explorada y cartografiada por el español Juan Ladrillero.
El veterano marino onubense cumplió su misión de navegar en ambos sentidos por el laberinto de canales que formaban el estrecho, si bien aquel arriesgado hito se silenció y el motivo no fue otro que el de tratarse de un secreto de estado.
Ladrillero a pesar de su extraordinaria reputación, no pudo gozar en vida del justo reconocimiento a sus proezas y, como la de tantos otros, su fama ha terminado por difuminarse caprichosamente en el olvido.
Desde aquella arriesgada misión pasaron varios años de inacción de la Corona española. Nada sucedió hasta que, en 1579, Francis Drake se las arregló para atravesar el estrecho y sembrar el pánico por todo el litoral pacífico del continente americano. Su acción más sonada fue el saqueo del puerto del Callao, en la costa peruana.
El ingeniero Tiburcio Espannochio y la falta de presupuesto
Felipe II reaccionó encargando a su ingeniero predilecto Tiburcio Espannochio y a sus expertos militares la elaboración de un ambicioso plan cuyo objetivo era construir fortalezas en la parte más angosta del estrecho, quedando unidas por una imponente cadena de hierro.
Como suele suceder, un proyecto que era tan portentoso como osado no pudo realizarse completamente al no tener en cuenta el factor humano.
Además de la falta de presupuesto, hecho lógico tras haberse declarado la segunda bancarrota de las arcas de Felipe II, nadie pensó en cómo sobrevivirían los hombres en semejante soledad, ni en condiciones de frío tan recio que tan solo los indios Onas y Tehuelches habían podido domeñar.
Desde Sanlúcar de Barrameda, en la costa gaditana al sur de España, salió en 1581 una importante expedición de 23 navíos comandada por Sarmiento de Gamboa.
Por culpa de los elementos, solo llegarían cinco barcos al estrecho. En 1584 se fundó la primera ciudad – Ciudad del Nombre de Jesús – con sus preceptivos regidores, procuradores, escribano, alguacil mayor y Cabildo.
En la práctica estos españoles, tal y como ya le había pasado a otros descubridores como Cabeza de Vaca, fueron abandonados a su suerte.
Tomé Hernández, el superviviente
Descalzos, sin ropa, a la intemperie, aislados y sin recursos más allá de mariscos y frutos silvestres subsistieron como indígenas hasta morir congelados, aseteados o hambrientos.
Este sufrimiento nos ha llegado gracias a uno de los escasos supervivientes, llamado Tomé Hernández, y a los corsarios ingleses que en la década de los noventa de aquel siglo XVI se hicieron con lo poco que quedaba de los españoles y pudieron dar fe de lo que vieron.
Así hubo de terminar la más infortunada que dichosa historia del encadenamiento del océano a manos del Rey Felipe II de España.
En cierto modo, la cadena que iba a ser de hierro fue finalmente de madera, con tablazones gruesas, fuertes de hierro y protegida por barcazas chatas.
Sirvió, eso sí, durante algunos años (pocos) para obligar a los piratas ingleses a bordear el peligrosísimo Cabo de Hornos, en el extremo sur del continente americano, lugar donde encontraron la muerte muchos de los que se aventuraron por la nueva y, en aquel entonces, única ruta posible de paso entre los Océanos Atlántico y Pacífico.