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Si nadie me pregunta qué es el tiempo, sé lo que es; pero si quisiera explicárselo a quien me lo preguntara, simplemente, no lo sabría”. San Agustín.
Estas palabras pertenecen a San Agustín, escritas en una obra del siglo IV. A pesar de afirmar que no sabría explicar lo que era el tiempo, al igual que otros filósofos y científicos, lo intentó.
Algunos lo hicieron mucho antes que San Agustín, como los estoicos 300 años a de C., que de distinta manera llegaban a las mismas conclusiones: creían acercarse a la definición, aunque no eran capaces de definir todas las cualidades reales del tiempo. Los últimos avances por dar respuesta a esa pregunta: ¿qué es el tiempo?, llegan desde la Ciencia.
Nuevas verdades, al parecer, absolutas, están cambiando parte de los conceptos que del Universo, del espacio y del tiempo, se tenía hace unas pocas décadas. Los descubrimientos relativos al Big-Bang están confirmando, además, muchas de las teorías descritas por Einstein.
Así las cosas, a pesar del avance dado gracias a todos estos descubrimientos y revelaciones, a la definición de “tiempo” le falta una pieza fundamental.
El tiempo como concepto
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El concepto tiempo, o lo que se ha venido entendiendo por tiempo, ha sido objeto de profundo estudio, como decíamos, por parte del pensamiento de los hombres de todas las épocas.
Por ejemplo, para Kant, todos nosotros resolvemos los asuntos de la realidad a lo largo del eje tiempo. Esta evidencia, no contrasta con otra afirmación del filósofo, para el que a cualquiera de nosotros le sería imposible poder percibir o imaginar algo que existiese fuera del espacio y del tiempo.
Pero esto no explica lo qué es o no es el tiempo. Algo cambió en el concepto cuando Newton afirmó que tiempo y espacio eran algo absoluto.
El espacio sería algo vacío por el que corren y discurren los objetos; mientras que el tiempo sería una especie de cinta que corre como telón de fondo y que no encuentra final.
Pero Newton no acertaba del todo. Y es que, en relación con el tiempo dedicado a estudiar el “tiempo”, durante muchos siglos se dieron por ciertas muchas teorías no válidas. Hasta muy recientemente, no se sabía, ni siquiera se imaginaba, que el tiempo no transcurre de la misma forma en todos los lugares del Universo.
Einstein afirmó que el eje espacio-tiempo podía distorsionarse y estirarse, además de que se ve afectado por la materia y la energía. El ejemplo lo ponía el científico alemán en el viaje espacial de un astronauta hermano gemelo de otro que permaneciera en la Tierra.
El tiempo para el que viajara a través del Universo, aun corriendo de la misma forma, no correría de la misma manera, mientras para el viajero espacial transcurren veinte años, para el hermano terrestre transcurren cincuenta. Este extremo quedó demostrado gracias a los relojes atómicos.
Se experimentó instalando un reloj atómico en un reactor, mientras que, sincronizado y de forma estacionaria, el otro permanecía en tierra.
El resultado era que el reloj que viajaba a gran velocidad, aunque su funcionamiento era idéntico al que esperaba en tierra, en relación corría más lento.
La explicación: qué es el tiempo
Para explicar qué es el tiempo, habría que intentar explicar primero lo que lo originó.
Quizás nuestras mentes no están preparadas para otra cosa que para saber que las cosas empiezan y acaban, de ahí que el planteamiento inicial debiera ser que hubo un tiempo en el que el “tiempo”, valga la redundancia, no existió siempre. Los científicos actuales se plantean ahora si esto es o no cierto.
No queda claro que el tiempo existiera siempre, o al menos siempre que un ser vivo fuese capaz de percibir su tránsito, su paso.
El científico austriaco Ludwig Boltzmann, en el siglo XIX, empleó un ejemplo simple y muy gráfico para aclararnos cómo transcurren las cosas.
El físico se planteaba conocer de cuántas maneras podrían disponerse las moléculas que componen cualquier perfume dentro y fuera de su frasco. Es fácil observar sin demasiado esfuerzo que las moléculas de un perfume dentro de su frasco guardan un orden, pero si abrimos el frasco, las moléculas tienden a desperdigarse.
En el Universo rige una Ley registrada por la Termodinámica, que dice que todo tiende al caos. Las cosas, en la naturaleza, muestran esa tendencia natural, que en el caso de las moléculas de perfume significa que al esparcirse por el espacio, dejan de hacer el efecto pretérito: el olor se dispersa ante nuestro olfato.
Si estas moléculas actúan así, ¿por qué no lo iban a hacer el resto? Por eso, al contemplar unos zapatos desgastados, zapatos que han soportado el continuo y desbarajustado baile de moléculas, es cuando percibimos que está transcurriendo el tiempo.
La pregunta clave es: ¿por qué el tiempo lleva esa dirección y no otra? La flecha del tiempo es una. Cada día proviene de un día anterior y en nuestra conciencia sabemos que mañana vendrá otro día más. Es muy posible que el transcurso del tiempo encuentre su explicación en el Big-Bang, la gran explosión que originó el Universo.
Esa explosión hizo dirigir los objetos que ahora alberga el universo en un sentido concreto, algo que aún sigue sucediendo.
Otra pregunta que se plantea en este sentido es saber qué sucederá cuando esa explosión termine.
Al parecer, según estudios realizados con sondas espaciales, aún se pueden registrar turbulencias ocasionadas por ese impacto y los cosmólogos estudian si la expansión del Universo ha comenzado a acelerarse de forma reciente, pues algunas evidencias así lo ponen de manifiesto. Algunos científicos, una minoría, afirman que podría producirse lo que llaman “Big-crunch”, fenómeno inverso al Big-bang y que sucedería al final de la expansión del Universo, siendo una contracción posterior. Pero no parece que esa contracción del universo se vaya a producir, dada la poca entidad con la que nuestro Universo sigue expandiéndose en la actualidad.
¿Existe el tiempo?
La Cuestión del calendario
Como ya sabemos, durante mucho tiempo existieron distintas formas generalizadas de registrar al tiempo. La división en meses y días del año no ha sido siempre como la conocemos hoy.
Aparte que, en cada punto cardinal del planeta, se ha hecho de una forma muy distinta. Por ejemplo, los romanos, vivieron mucho tiempo contabilizando diez meses, hasta que se decidieron por el calendario con doce.
Más ahorrativos en número parecen los habitantes de ciertas partes de África y Asia, que dividían el año en seis meses, mientras que los Maoríes de Nueva Zelanda sumaban un total de trece meses que contabilizaban como: “El mes de la Gran Estrella Blanca” o al mes número trece, como: “Mes que gruñe”.
Otros pueblos, sin embargo, han dividido el tiempo en función de algún acontecimiento importante que se sucediera en sus vidas, como los habitantes de la Isla de Borneo que calculaban cada periodo del año según las ocho actividades que realizaban habitualmente en el campo, como agricultores. Muy similar era la costumbre de una tribu localizada en Australia, que dividía en cuatro partes el año, en función de las cuatro estaciones y según el florecimiento de sus árboles.
Por último, los chinos llegaron a medir el año en meses de entre quince días, con lo que obtenían la división en 24 estaciones: “Estación de agua de lluvia” o “La estación de las serpientes que se mueven”.
En el afán por perfeccionar modelos ya implantados, algunos hombres han querido afinar tanto en la comprensión del
El conocido filósofo Auguste Comte, más famoso por ser el creador de la sociología moderna, que el llamó “Física Social”, cuando corría el año 1849 ideó un calendario, al que vino a nombrar como “Calendario Internacional”.
Comte dividía el año en 13 meses, añadía un nuevo mes, entre junio y julio –que se llamaría el mes Sol– y cada mes tendría exactamente veintiocho días.
Para que todo cuadrara, el pensador añadía un día, el último del año, tras el veintiocho de diciembre, que sería festivo y no entraría en el calendario. Puesto a determinar, el calendario de Comte, indicaba que el primer día de cada mes sería domingo y, por lo tanto, el último siempre sería sábado. Cuarenta años después, otro francés intentó readaptar el modelo de Comte. Y en este caso, se aproximaba en mucho al orden.
El “Calendario Mundial“, como lo denominó, conservaría los doce meses, pero se construiría con trimestres similares, de noventa y un días cada uno.
Hubo intentos por instaurar éste y otros modelos, pero siempre el mundo ya construido de la economía y la banca, con sus pagos a treinta días y fórmulas similares, impidió que cualquiera de las propuestas por reordenar el tiempo triunfaran, aunque, como hemos visto, algunas de las propuestas provenían de reputados hombres de Ciencia.
Vídeo del programa televisivo “Redes”, presentado por Eduardo Punset, donde el físico y escritor Julian Barbour afirma que el “Tiempo No Existe”
Anécdotas del Tiempo
En los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna, los celebrados en Atenas, en el año 1896, participaron deportistas de trece nacionalidades distintas. Los deportistas norteamericanos llegaron un día antes de la ceremonia de inauguración.
La razón no se encuentra en que no necesitaran aclimatarse y tomar contacto con el lugar dónde se iban a celebrar las competiciones. La razón se encontraba en la diferencia de días en los calendarios utilizados en uno y otro país, los calendarios gregoriano y el calendario griego.
Esta cuestión no fue obstáculo para que los norteamericanos dominaran, en esa ocasión, la mayor parte de las nueve competiciones en que se dividieron aquellas olimpiadas.