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Guerra Fría: La historia
La Guerra Fría marcó sin duda la realidad del planeta durante la segunda mitad del siglo XX, configurándose como un periodo histórico particularmente controvertido.
La complejidad del mismo, así como su idiosincrasia, la convierten una época que admite escasas comparaciones históricas.
La Guerra Fría comenzó a fraguarse en plena Segunda Guerra Mundial entre las potencias occidentales (Francia, Gran Bretaña y EEUU) y la Unión Soviética.
Tras el fin de la guerra en Europa, en las conferencias de Yalta y Potsdam, los dos bloques se repartieron Alemania y los países del este de Europa quedaron bajo la influencia comunista.
Así, de un modo aparentemente intrascendente e indoloro, Stalin conseguiría expandir el comunismo soviético desde las pequeñas repúblicas del Báltico, al norte, hasta el Adriático, en el sur, configurando lo que metafóricamente Churchill denominó “Telón de Acero“.
Cuando Occidente quiso reaccionar ya era demasiado tarde y ni siquiera el recién estrenado poderío nuclear estadounidense pudo evitar el afán internacionalista soviético, que ya había instaurado gobiernos satélites en Bulgaria, Checoslovaquia, Polonia, Hungría, Rumania, además de la afín Yugoslavia de Tito y la nueva República Democrática Alemana.
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La rivalidad URSS vs USA
Una vez asentada la política estalinista de los hechos consumados, y una vez que la Unión Soviética diseñó la bomba atómica, la rivalidad entre el bloque comunista y el bloque occidental (el llamado mundo libre) solo podría dilucidarse a través de luchas en escenarios remotos, secundarios y aparentemente ajenos a los dos protagonistas del conflicto: de un lado EEUU, configurado como primera potencia mundial y líder indudable del bloque occidental (tras la guerra, Francia y Gran Bretaña no podían ser sino meras comparsas del gigantes norteamericano, como se evidenció en el vergonzosa disputa del canal de Suez); y de otro, la URSS y sus estados satélites.
De esa forma, como si de una partida de ajedrez (o del Risk) se tratase, se sucedieron procesos como el surgimiento de la China comunista o el inicio de una imparable fase de descolonización, pero también de conflictos ‘indirectos’ entre los dos potencias en Grecia, Berlín (con la construcción del dramático muro de Berlín por parte del bloque comunista), en Corea, en la conocida crisis de los misiles cubanos (producida curiosamente entre los gobernantes con más mano izquierda de todo el periodo, John F. Kennedy de un lado y Nikita Jrushov de otro), en Centroamérica, Vietnam, Camboya, Afganistán y un largo etcétera que solo empezaría a desvanecerse con la caída del muro de Berlín y del comunismo de corte soviético.
John F. Kennedy y Nikita Jrushov
El conflicto había girado siempre en torno a varios aspectos: el primero era escalada nuclear, aún a pesar de que una guerra directa entre ambos bloques se consideraba muy improbable debido a que supondría la destrucción nuclear del planeta, esto no impidió el desarrollo de una carrera armamentística y nuclear sin parangón; dicha carrera era secundada por otras carreras como la espacial, la lucha por ser la primera nación en llegar al espacio primero y a Luna después, hazaña lograda por EEUU en julio de 1969; la carrera científica; la carrera diplomática; la carrera deportiva, representada preferentemente en cada olimpiada y que tenía efectos a nivel propagandístico; y, por supuesto, la carrera por la información, con el desarrollo de las agencias de inteligencia: la CIA y el KGB fueron los principales actores que operaban a lo largo y ancho del escenario mundial.
Historiográficamente, la Guerra Fría era entendida por la propaganda soviética como preludio de la expansión y victoria final del socialismo real
En occidente convivían diversas visiones que, en líneas generales, se acabarían unificando con la caída del muro de Berlín.
A partir de entonces se introdujeron en el debate histórico cuestiones que rara vez se habían abordado con anterioridad, en torno a la torpeza estadounidense a la hora de legitimar a la URSS tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, de equipararse con una dictadura cuya brutalidad y estupidez había causado millones de asesinados, o de haber permitido la trágica ocupación soviética de casi toda la zona del este de Europa.
Las visiones liberales (“el fin de la historia”) se impondrían ufanas tras el fin y definitiva deslegitimación del socialismo.
Obras como La guerra tras la guerra de M. P. Leffler, La paz simulada, o la académico La Guerra Fría: Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991 de Ronald E. Powaski se postulan como las referencias históricas más actuales y completas.
La Guerra Fría en el Cine
Al enfoque histórico hay que añadir la amplia y variopinta filmografía que ronda, aborda o se enmarca en la realidad del conflicto bipolar. En el género de la comedia tenemos la magistral Un, dos, tres, de Billy Wilder, con momentos desternillantes que ya han pasado a la historia; también destaca la excesiva ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick, aunque su acidísimo sentido del humor se torna grotesco y trágico por momentos, respondiendo a una lógica interna de corte antibelicista que peca de equiparar moralmente a americanos y soviéticos; esa posición moral (tan característica entre la intelectualidad occidental de la época) es insostenible hoy día, no obstante de reconocer los múltiples excesos norteamericanos: el maccarthismo, el militarismo, ciertas injerencias de la CIA en Iberoamérica, Vietnam… nada comparable a los ‘excesos’ soviéticos tan escasamente denunciados.
En una línea más cercana al thriller tenemos una pléyade de películas empezando por las filmadas por John Frakenheimer El mensajero del miedo y Siete días de Mayo o el clásico de Hitchcock Cortina rasgada. Entre las mejores obras que se han estrenado en los últimos años destaca 13 días, sobre la crisis de los misiles de 1962, o La caza del Octubre rojo. A un nivel superior se encuentran El buen pastor, de Robert de Niro, sobre el nacimiento de la CIA (muy superior a la fallida J. Edgar de Clint Eastwood) y la notable obra germana La vida de los otros que narra la historia de un oficial extremadamente competente de la Stasi, la todopoderosa policía secreta del régimen comunista de la antigua República Democrática Alemana.
También notable se presenta El topo, con una narración atípica se logra ambientar magníficamente las interioridades del espionaje, en este caso, de los servicios británicos en su lucha con la KGB.
Obras, todas ellas, que ayudarán a la generación que no vivió la Guerra Fría a inferir la realidad de tan peligrosa como peculiar época histórica.
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