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La película “For Greater Glory” acierta a sacar a la luz una de las muchas guerras desconocidas del siglo XX.
Fue la que se desató en el año de 1926 entre el Gobierno de Plutarco Elías Calles y los católicos mexicanos en un conflicto que ha sido adjetivado por los historiadores como guerra de religión.
Los antecedentes de la guerra Cristera
Desde la emancipación respecto a España, conseguida en 1821, México hubo de soportar dos focos de fricción que han pervivido, de una u otra manera, a lo largo de sus dos siglos de historia.
En primer lugar, las guerras y la hostilidad con el poderoso vecino del norte – los Estados Unidos – a quien hubo de ceder casi la mitad de su territorio; recordemos: los actuales estados de California, Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y parte de Colorado.
Y en segundo lugar, el conflicto interno entre liberales y conservadores, católicos y masones, que reproducía con bastante fidelidad el sustrato político e ideológico de la antigua metrópoli, aunque más radicalizado y con frecuentes guerras civiles.
A principios de 1917 México promulgaba una Constitución socialista que poco se diferenció de la que pocos meses después elaborarían los bolcheviques rusos.
La constitución fue el marco legal a partir del cual el estado mexicano trató de eliminar el catolicismo del país.
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Desde 1925 el presidente Plutarco Elías Calles aceleró la supresión de la Iglesia Católica cerrando parroquias y colegios, expropiando tierras, enviando al exilio a los religiosos, encarcelando y asesinando a los pocos que no acataban la llamada Ley Calles, tratando además de captar a misioneros protestantes en un intento de crear una iglesia estatal.
Esta política anticlerical no fue un hecho aislado propio de México, a grandes rasgos se enmarca en una corriente de pensamiento laicista originada en la filosofía rousseauniana, que tanto favoreció la explosión revolucionaria en Francia en 1789, aderezada posteriormente con las ideas de Friedrich Nietzsche y que, ya en el siglo XX, alcanzó una gran virulencia en los conflictos civiles de Rusia, España y, como vemos, de México.
La Guerra Cristera
Además de la formación de la Liga Nacional en Defensa de la Libertad Religiosa, la reacción de los católicos, religiosos o laicos, se ramificó en dos bandos equivalentes a dos actitudes vitales: los que aceptaron estoica y pacíficamente la persecución, tratando de vivir su fe en el ámbito doméstico o, como mucho, defendiéndola por medio de iniciativas como boicots o recogidas de firmas; y los que se revelaron violentamente frente a un Gobierno que les arrebataba un derecho tan fundamental como el derecho a la propia vida.
Estos últimos fueron los cristeros.
Bajo el grito característico de ¡Viva Cristo Rey!, en 1926, los cristeros se levantaron en Jalisco (la zona más conflictiva del país), Guanajuato, Michoacán y otras ciudades del norte y del oeste del país.
Y lo hicieron encabezados por líderes populares como Jesús Degollado, el cura José Reyes, Victoriano Ramírez “el catorce”, un aventurero más allá de la ley del que se contaba había acabado con un destacamento de catorce soldados que le perseguían; y Enrique Gorostieta, un general liberal contratado que no solo supo organizar el ejército y vencer en numerosas batallas sino que, impactado por la fe de sus soldados, acabó abrazando la fe católica poco antes de morir.
A su mando, había un ejército que llegó a ser de veinte mil hombres, en su mayoría campesinos pobres, capaz de vencer al ejército federal en varias batallas de entre las que sobresale la de San Julián.
El desenlace de la guerra Cristera
La situación llegó a tal punto que obligó al presidente Calles a negociar con el tan denostado vecino norteamericano y, a cambio de concesiones petrolíferas y comerciales, obtuvo armas y asesores militares.
Sin embargo, tras tres años de luchas el gobierno se mostraba incapaz de sofocar la rebelión cristera. Así pues, en 1929 el nuevo presidente mexicano Portes Gil ofreció la paz a la Santa Sede, representada por el obispo de Jalisco Pascual Díaz Barreto, en unas negociaciones que tuvieron como mediador al embajador norteamericano D. Morrow.
El gobierno no derogó la ley pero se comprometió a no aplicarla. Desde sectores no afines a los cristeros (incluida la mayor parte de la jerarquía religiosa y la Santa Sede) aceptaron un compromiso que nunca se hubiera dado sin la lucha de los cristeros.
La situación no era para nada cristalina, indudablemente, se había abierto una brecha entre los católicos beligerantes y los no beligerantes, a todos los niveles.
Los reproches y reconvenciones entre unos y otros se acentuaron cuando, tras varias matanzas de cristeros, éstos volvieron a la lucha armada en 1932 y los años siguientes contra el partido gubernamental que desde 1946 vendría a llamarse PRI. Pero no llegarían muy lejos, en 1941 los últimos reductos cristeros se rindieron en Durango.
“Cristiada”
Por último, a todos aquellos lectores a los que este artículo haya despertado interés les recomiendo encarecidamente la película “For Greater Glory” (también llamada “Cristiada”) protagonizada por rostros conocidos de Hollywood como Andy García, Peter O’Toole, Eva Longoria y el comprometido Eduardo Verástegui.
Con marcado acento católico, bella factura, un metraje que puede resultar excesivo, carácter épico, varios momentos emotivos, alguna licencia histórica y una narración bastante correcta, “Cristiada” es una de las escasas herramientas para situarnos, sumergirnos, en aquella guerra desconocida.