Corfú: La batalla que no fue / Corfú: a la sombra de Lepanto

Corría el año de 1716, recién terminada la Guerra de Sucesión Española en la que se había involucrado media Europa, y España quedaba bastante descontenta tras los tratados de Utrecht y Rastadt.

La llegada de los Borbones a España había resultado en exceso costosa.

No en vano, el Reino perdía Gibraltar y Menorca (aunque recuperaría ésta última en 1782, en el marco de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos) en favor de Inglaterra, que también se hacía con varias concesiones en las colonias americanas: en concreto se trataba del asiento de negros, que daba a Inglaterra el monopolio en la caza de esclavos (así, sin comillas) durante treinta años; el navío de permiso, por el que se permitía a los ingleses comerciar con un barco por año con las colonias españolas; y el nada desdeñable derecho de asiento. Por otro lado, a la casa de Saboya se cedía Sicilia, y al Imperio Austriaco los escasos territorios que quedaban en los Países Bajos.

Felipe V

Felipe V

Un desastre en definitiva.

Por si fuera poco, a Felipe V no le hacía ninguna gracia renunciar a sus aspiraciones a la corona del Reino de Francia y su reacción, en forma de pataleta, fue planificar una nueva guerra para recuperar su preeminencia naval.

Pero España había quedado muy mermada tras la Guerra de Sucesión, especialmente el ejército. De ahí que para la reconstrucción del secular poderío naval español se nombrara como Intendente General de la Marina al muy eficiente José De Patiño (otro Grande de España que moriría pobre).

La labor de Patiño, por medio de sus Ordenanzas de la Armada y otras medidas semejantes, permitió que, ya en 1716, se obtuvieran algunas victorias en el mar.

La idea, que se desarrollaría en los siguientes años, era ir recuperando en lo sucesivo todas las posesiones perdidas por el infausto tratado de Utrecht, si bien, ni la economía (tan precaria como la actual) ni las circunstancias iban a facilitar el efectivo cumplimiento de este ambicioso plan de reestructuración del poderío naval español.

Fue precisamente entonces cuando del Mediterráneo llegó la noticia de que los turcos habían conquistado Corfú, una pequeña isla situada en el mar Adriático, cerca de la actual frontera occidental entre Grecia y Albania.

Giulio Alberoni

Giulio Alberoni

La respuesta española vino de un diplomático español residente en Italia: Giulio Alberoni, que se convertiría posteriormente en cardenal y en el principal ministro del Reino de España gracias al favor real de Felipe V.


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Pues bien, Alberoni fue el encargado de preparar la expedición, consistente en el envío de una pequeña escuadra (no había más) en dirección a la isla de Cerdeña para, desde allí, enfrentarse a la amenaza turca en Corfú, cuyo propósito no era sino atemorizar una vez más a las potencias europeas.

Dada la fragilidad y precariedad de la escuadra española, al capitán no se le ocurrió otra táctica que requisar todos los barcos que iban encontrando a su paso, la mayoría mercantes venecianos, para incorporarlos a su flota y simular un tamaño que no era el suyo.

Gracias a este ardid, la llegada de la “formidable” escuadra a la isla de Corfú propició que los turcos, temerosos de un nuevo Lepanto, se replegaran temporalmente hacia sus costas. De este modo, sin disparar un solo cañón ni una sola bala, el mero recuerdo de la victoriosa batalla de Lepanto fue suficiente para que los españoles expulsaran de allí a los turcos, tranquilizando sobre todo a los italianos.

Por un instante, España evocaba su grandeza perdida. Se trata verdaderamente de un episodio curioso de la historia española que difícilmente se encontrará en los libros de historia, pero que es ilustrativo de una época y de la viva influencia que siempre ha ejercido el pasado sobre el presente.

Los ‘engaños’ de guerra

Rommel

Rommel

El ardid de Guevara no fue el primero y tampoco sería el último de una larga lista de improvisados ’embustes’ que han salpicado la historia militar, especialmente encaminados a engañar al enemigo respecto al número de fuerzas.

Ejemplos hay muchos, unos de los más conocidos acaeció en Inglaterra en las inmediaciones de la Segunda Guerra Mundial, cuando un profesor español fue invitado a Londres y, conociendo la Inteligencia Británica su pertenencia a los servicios secretos franquistas, fue paseado (nunca mejor dicho) por toda la ciudad para que viera el tremendo despliegue militar del ejército británico, convenientemente preparado para impresionar al visitante.

Fuerzas reales y ficticias se unieron de tal forma que desde el vehículo en que transportaban al visitante no se podían distinguir los vehículos ‘tuneados’ de los tanques reales ni los tubos de los cañones.

Satelite IRak

Satelite Irak

Sabido es también que, en la Segunda Guerra Mundial, el brillante general alemán Rommel encadenó una serie de victorias contra los ingleses, en el norte de África, gracias a su táctica consistente en situar a los carros de combate al frente y al resto de vehículos ligeros en una segunda línea, moviéndose en círculos para levantar una nube de arena que engañara al enemigo y ocultase el escaso número de fuerzas italo-alemanas.

Otro ejemplo más reciente fue registrado en la guerra de Irak, dónde el ejército de Sadam Hussein (considerado uno de los mejores del mundo) no dudó en crear aviones de cartón para engañar a los satélites americanos.

Algunos de ellos serían bombardeados pero finalmente, el engaño no tuvo el éxito esperado y es prueba fehaciente de que hace falta algo más que imaginación para vencer al enemigo.

Guerra Corfú, Felipe V, Guerra de Sucesión Española, José Patiño, mercantes venecianos, engaños bélicos, segunda guerra mundial

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Daniel Garcia
Daniel García García. Nacido en Vitoria, aunque castellano de adopción, se licenció en la Universidad de Valladolid en las ramas de Historia y Literatura Comparada y Teoría Literaria. Actualmente trabaja en la Universidad de Sevilla.

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