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La película 21 Gramos trajo a nuestro tiempo el debate. Pero el debate sobre el peso del alma proviene de su esencia, de la trascendental existencia o no del alma.
Así, el pensamiento de toda época se ha centrado en muchas ocasiones sobre esa cuestión.
¿Quién pesó el alma por primera vez?
Aunque fue el científico Duncan MacDougall quien en 1901 realizara los experimentos más exhaustivos, como más adelante veremos, desde Da Vinci hasta los antiguos egipcios, indagaron sobre el asunto.
Y así es, existen pinturas en el antiguo Egipto en las que el dios-chacal Anubis utiliza una balanza para pesar las almas de los muertos.
Y Leonardo Da Vinci fue acusado como hechicero cuando en el año 1515 diseccionaba cerebros con la intención de encontrar allí el alma.
En aquellos tiempos se creía que era en la cabeza donde residía tan escurridizo elemento. En sus dibujos sobre anatomía, hoy conservados en la biblioteca Real de Windsor, incluye el lugar donde se suponía descansaba el alma de cada persona.
El experimento de Duncan MacDougall para calcular el peso del alma
Como decíamos fue Duncan MacDougall quien a comienzos del siglo XX se propuso llevar a la práctica la teoría.
Y qué mejor que pesar a un moribundo y observar con todo el detalle y la precisión posible lo que sucedía en tan fatídico momento.
Partía de la base de que el alma debía ser material: “Si la entidad personal sigue existiendo después de la muerte del cuerpo, tiene que existir como cuerpo que ocupa espacio”.
Para averiguarlo, y tras solicitar los permisos necesarios, escogió a un pobre moribundo que padecía tuberculosis y que estaba en fase terminal.
Sucedió un 10 de abril de 1910 en el hospital de Haverhill, donde al parecer provocó no pocas suspicacias. Para llevar a cabo el experimento instaló bajo la cama sobre la que yacía el enfermo una balanza Fairbanks Imperial de bastante precisión, y la ubicó de tal manera que pasara inadvertida para el enfermo y sin obstáculos.
Cabe aquí decir que el enfermo consintió el experimento. Pasadas las cinco de la tarde, comenzó la observación. El paciente, un joven de raza negra, falleció a las 9 horas y 10 minutos.
Durante ese lapso de tiempo, casi cuatro horas, el joven perdió peso a razón de una onza por hora, es decir 28.34 gramos.
Esta pérdida de peso tenía explicación científica, por un lado, obedecía a la evaporación de las membranas mucosas nasofaríngeas, broncopulmonares y bucales que acompañaban su respiración.
Por otra parte, la pérdida de peso tenía que ver con la evaporación de humedad producida por la respiración de la piel.
Sin embargo, justo cuando expiró, cuando a las 9.10 horas el paciente técnicamente estaba muerto, la balanza descendió inmediatamente tres cuartos de onza, es decir, poco más de 21 gramos.
Para MacDougall este hecho fue concluyente, y a raíz del cual, se propuso seguir la investigación con otros pacientes que estuviera a punto de morir para verificar el supuesto de esta primera experiencia.
Sus investigaciones, en realidad, tenían de concluyente la pérdida de peso, sin explicación cierta y en el momento del fallecimiento, pero no la existencia real o no del alma humana. Lo cierto es que dicha pérdida no obedecía a movimientos de los intestinos, que por otra parte tampoco habrían influido en el peso, ya que la balanza no hubiera notado la diferencia de que las excreciones estuvieran dentro o fuera del cuerpo.
De igual forma, la pérdida de aire en los pulmones tampoco era significativa para variar el peso del cuerpo.
Para finales de mayo MacDougall había realizado el experimento con cuatro moribundos más. Con algunos más suerte que con otros, sobre todo por la dificultad de determinar el momento exacto del fallecimiento o porque la balanza no estaba bien equilibrada en el momento en que se produjo la muerte. No obstante, en uno de los casos sí pudo hacer la medición, hubo un descenso del peso de tres octavos de onza.
Tras estos experimentos, MacDougall cambió de pacientes… Comenzó a pesar a perros en el momento de su muerte. En ningún caso hubo variación del peso.
Así escribía sus conclusiones MacDougall: “Está definitivamente demostrado que hay una clara pérdida de peso en el ser humano que no se puede explicar por los canales de pérdida conocidos, de modo que aquí tenemos una diferencia fisiológica entre humanos y caninos por lo menos que hasta ahora no sospechábamos”.
MacDougall tardó cinco años en publicar todos estos datos. Se dice que por temor a no ser tomado en serio y por la cuestión moral y religiosa que estaba en liza.
De hecho en uno de los ensayos que tenía como objeto pesar a una mujer que se estaba muriendo de coma diabético, en el momento en el que era trasladada a la cama con el peso, algunas personas se opusieron a que llevara a la práctica el experimento.
Finalmente se decidió a publicar sus resultados en dos revistas: American Medicine y la American Journal of Psychical Research, esta última dedicada a los fenómenos psíquicos.
MacDougall, intentándose salvar de una posible “quema” o “caza de brujas” social, ponía en entredicho sus investigaciones, apuntando que habría que realizar un gran número de experimentos para poder llegar a una conclusión cierta.
Otros experimentos buscando el peso del Alma
En 1909, H. LaVerne Twining, un profesor de colegio de Los Ángeles realizó el mismo supuesto, aunque esta vez con ratones. Si MacDougall dedujo que los perros no tenían alma, o al menos no parecían perderla al morir, los ratones que envenenaba LaVerne, sí.
El profesor, depositaba a los ratones en el plato de una balanza, les proporcionaba cianuro para que a los treinta segundos la cruel muerte les llegara. Al parecer, el fiel de la balanza descendía a continuación.
La crueldad del profesor le condujo a introducir un ratón en un tubo de cristal, cuando murió por asfixia, el peso no varió.
Algunas curiosidades
En los años sesenta del siglo XX, en Inglaterra se dejaba a los cadáveres durante una hora a solas antes de amortajarlos. La creencia era que el alma debía salir del cuerpo, y por eso se les daba un margen de tiempo.
En la ciencia ficción también hay ejemplos sobre este tema. El Pesador de Almas, de André Maurois (puedes leer la novela siguiendo el anterior enlace). También en la novela de Romain Gary, titulada The Gasp, se habla de un científico que trabajaba en el Real Instituto de Wütrttemburg en 1893.
En la novela se refiere que tal científico llamado Klaus, se dedicaba a buscar el peso del alma, aunque es muy probable que ese personaje fuera inventado por Gary.
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gracias por esta interesante historia