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Actores con Máscara. Desde el Paleolítico, Pasando por la Grecia Clásica.
En la cueva de les Trois Frères, una cueva descubierta en 1914 al sur de Francia, se hallaron dibujos de lo que parecía un hombre vestido con la piel de algún animal similar a un búfalo.
El hombre disfrazado, que lleva el rostro del animal sobre su cara, parece ser el objeto de caza, aunque un detalle que sale de su boca, nos da idea de lo que es en realidad.
Como si de su boca saliera una trompeta, disfrazado como uno de ellos, llama su atención, quiere engañarlos para cazarlos. Muy posiblemente, ese enmascarado actor, de esta milenaria representación teatral, fuese uno de los primeros.
Tespis, el creador de la máscara teatral
Pero la máscara en la escena tiene un inventor. Se dice que fue Tespis, creador de la tragedia teatral, quien incorporó la máscara para caracterizar al actor, convirtiéndolo en personaje.
En este sentido cabe decir que hasta entonces, un mismo actor podía interpretar más de un personaje, por lo que a veces se generaban ciertos malentendidos entre el público.
Si bien se cree que desde la época de los ritos dionisiacos (ritos solicitando a los dioses la fertilidad de las tierras) ya se usaban máscaras en una especie de pasacalles que concluía con el sacrificio de un animal, fue en la época clásica de la Antigua Grecia cuando se incorpora la máscara en el teatro.
Cada personaje lleva una máscara distinta: el joven cómico, el viejo trágico… La máscara, además, servía para elevar el tono de voz de los actores, mejorando la ya de por sí buena acústica de los teatros griegos.
En el mundo del celuloide, hay grandes mitos que han alcanzado la categoría de universales por sus caracterizaciones.
Se les conoce tanto o más a ellos como a los personajes que encarnaron tras, en todos los casos, tortuosas sesiones de maquillaje.
Repasemos las desventuras de algunos de estos hombres que ocultaron su rostro para atrapar el rostro del miedo en las pantallas de todos los cines del mundo.
Cuenta una anécdota que en la representación de una obra de Aristófanes en la que uno de los actores llevaba una máscara imitando el rostro de Sócrates, éste, presente entre el público, tuvo que levantarse para que los espectadores comprobaran que no era el actor que se encontraba sobre el escenario. Al parecer, la máscara era asombrosamente fiel al rostro del filósofo.
Frankenstein, Boris Karloff. Audacia, Suerte y Casualidad
Muchas veces la osadía es una garantía de triunfo. Es el caso del actor William Henry Pratt, más conocido por su nombre artístico: Boris Karloff. En el azar de su destino se dio una mezcla de audacia, alguna casualidad y muchas suerte. Karloff, cuando era un joven actor desconocido, no tuvo reparo en redactar un currículo (hoja de vida) en el que decía, mintiendo, haber trabajado en todas y cada una de las obras teatrales que tan solo había visto como espectador en los teatros londinenses.
Su único bagaje profesional era la representación de alguna obra teatral escolar. Mientras residía en Canadá, y gracias a esa mentira, consiguió un agente que le representara. Y le representó bien porque de esta forma consiguió un contrato con una compañía de teatro. Pronto, en la compañía, no tardaron en descubrir sus escasas dotes interpretativas y su nula experiencia. Tuvo suerte, consiguió que no le despidieran, solo le rebajaron el sueldo que percibía por cada actuación a la mitad.
…No tuvo reparo en redactar un currículo (hoja de vida) en el que decía, mintiendo, haber trabajado en todas y cada una de las obras teatrales que tan solo había visto como espectador…
El padre de Karloff, diplomático de carrera, hizo que la familia viajara por muchos lugares. Desde que tuvo recuerdo, a Karloff siempre le atrajo la vida del actor. Cuando la familia recaló en Canadá, proveniente de la India, encontró trabajo en una granja, aunque sus aspiraciones siempre le empujaron a trabajar en el teatro.
Tras los engaños, los primeros trabajos como actor teatral, se van intercalando con el trabajo que encuentra hasta que en 1917 decide marchar a Los Ángeles. En un primer momento no encuentra otra cosa que papeles secundarios. Sin sobresalir en los escenarios, consiguió estar presente en unas cuarenta películas hasta que llegó su gran papel.
Después de que Bela Lugosi (Drácula) rechazara interpretar al monstruo, el director James Whale dio con el que sería su Frankenstein mientras almorzaba en el restaurante de los estudios Universal. Allí, en una mesa cercana, estaba el ya cuarentón actor desconocido. Whale era lo suficientemente conocido como para que Karloff se levantara de su silla y se acercara a él al sentirse observado y señalado. El director le pidió que se sentara y le dijo “Tu cara tiene enormes posibilidades”.
Le propuso que hiciera una prueba para la película, a lo que Karloff, que todavía se hacía llamar William Henry Pratt, accedió. “por primera vez he conseguido un empleo largo como para comprar ropa nueva… ¿tan solo para esconder esta recién encontrada belleza bajo un maquillaje monstruoso?”. El maquillador, Jack Pierce, estuvo tres meses dedicado al estudio de anatomía, quería encontrar al imaginario monstruo que se podría crear en un castillo.
De los estudios anatómicos se desprendió que “Frankenstein” (1931) caminaría con los brazos colgando, imitando la forma en que quedaban los cuerpos de los asesinos ajusticiados en el Antiguo Egipto, donde fue costumbre ejecutar a los criminales enterrándolos vivos, atados de pies y manos. Como consecuencia, los cadáveres retenían la sangre en la punta de las extremidades dándoles ese aspecto contrahecho.
“Por primera vez he conseguido un empleo largo como para comprar ropa nueva… ¿tan solo para esconder esta recién encontrada belleza bajo un maquillaje monstruoso?”
El maquillador pensó que ese era un buen efecto para su “Monstruo”. En vestuario había dos trajes para Karloff, pero día tras día, después de sudar lo indecible, los trajes no terminaban de secarse por lo que tenía la sensación de vestir, como decía, una “mortaja viscosa”. Los trajes, recortados en las piernas adrede para aparentar mayor altura, además llevaban unas aparatosas piezas de acero que dificultaban su movilidad.
Sus botas, pegadas a dos grandes plataformas, pesaban seis kilos. Parte de su rostro visible: la frente, la cara y el cuello, se iba amoldando con sucesivas e interminables capas de algodón y líquidos adhesivos para su fijación. Karloff cayó en la cuenta que su rostro aún no causaba el terror adecuado.
A Karloff le prohibieron que anduviera solo por los escenarios entre toma y toma por el desmayo que provocó a una secretaria de los estudios
Sabía que lo que fallaba era su mirada, por lo que le propuso al maquillador añadir algo de látex en sus párpados, para representar la mirada caída, apesadumbrada.
El efecto se consiguió. Solo representó un problema para el actor cuando las luces de los focos derretían el látex, quemándole de forma irreversible.
Son muchas las anécdotas a propósito del rodaje de Frankenstein que tienen en común denominador el miedo que provocaba el monstruo fuera de la pantalla.
A Karloff le prohibieron que anduviera solo por los escenarios entre toma y toma por el desmayo que provocó a una secretaria de los estudios.
A partir de ese momento, debía ir acompañado y llevar un pañuelo ocultando su rostro.
El terror en el cine sustituía a otro tipo de temores en la calle.
También, a partir de ese incidente, comería en su camerino. Algo que, según dicen, hacía desnudo para liberarse durante un rato de las casi dieciocho horas de rodaje continuo llevando el pesado traje.
Frankenstein fue un verdadero éxito. Muchos analistas, observando el eco del éxito generalizado de las películas de terror en los años treinta, lo achacan a la situación financiera del mundo, tras el crack bursátil, los Estados Unidos zozobraban en el temor que se expresaba en muchos ámbitos de la vida.
El terror en el cine sustituía a otro tipo de temores en la calle. Por lo que a Karloff respecta, cuando creyó concluido su trabajo como Frankenstein solo se travistió en monstruo en dos ocasiones más: en una gala benéfica y en un episodio de una teleserie de la CBS muy popular en la época, en la que también aparecían disfrazados de monstruos Peter Lorre como Drácula y Lon Cheney junior como El Hombre Lobo.
La Momia
De nuevo Jack Pierce se encargó del maquillaje. Tras el éxito de Frankenstein, la Universal, siguió explotando una fórmula que dejaba buenos dividendos.
Aprovecharon la estela de la egiptología, muy de moda a principios del siglo pasado, y que siempre ha inquietado al espectador desde la butaca, por su halo misterioso.
Mucho han cambiado los tiempos y aunque a día de hoy este film puede resultar pretencioso por su composición de pura artesanía cinematográfica, la interpretación de Karloff, de nuevo enfundado en una máscara, esta vez de jirones de tela cargada de milenios de espera en la Historia, es francamente brillante.
El Hombre Lobo
En el año 1932, la Universal, anunciaba que Karloff interpretaría al Hombre Lobo. Proyecto que no fraguó hasta que en 1935 volvió a asomar sobre la mesa de los directivos, pero hubo que esperar a 1941 para que el proyecto se consolidara.
El mayor problema al que se enfrentaban los estudios estribaba en la composición de la máscara. Se le encargó, de nuevo, al mismo maquillador que compusiera el rostro de Frankenstein, Jack Pierce, y fueron varios los actores que pudieron interpretarlo.
Solo podía sorber líquido por una pajita. Así, las sesiones para convertirle en lobo podían prolongarse hasta las seis horas.
Finalmente, fue Lon Chaney junior, el hijo del “hombre de las mil máscaras“, al estar de acuerdo con las ideas de Pierce quien terminara aceptando el papel.
Pierce tuvo que enfrentarse a muchos problemas. Sus trabajos anteriores, como Frankenstein o la Momia, se asentaban en bases literarias, teatrales o históricas, mientras que con El Hombre Lobo no contaba con ningún punto de arranque en ese sentido.
El maquillador indagó entre los libros de leyendas inglesas, encontrando solo una fuente de inspiración entre los castillos de Gales. No encontró más que leyendas sobre la existencia de hombres que se transformaban en lobo, que nunca jamás nadie vio. Leyendas propiciadas por los susurros del viento convertido en un antojadizo aullido.
El rodaje de “El Hombre Lobo” no fue menos duro que el de “Frankenstein“. Chaney, durante las sesiones de maquillaje no podía hablar, no podía mover la cara. Solo podía sorber líquido por una pajita. Así, las sesiones para convertirle en lobo podían prolongarse hasta las seis horas.
Complicadas fueron también las consecutivas transformaciones que completaban la imagen. Para ello, se veían obligados a rodar algo más de una decena de fotogramas y a cortar laacción para que el actor pasara por maquillaje y comenzar de nuevo. Rodaban del fin al principio: le iban restando el vello que poblaba su rostro. Tiempo después del éxito de “El Hombre Lobo“, Chaney terminó interpretando el papel de Frankenstein, cuando Karloff ya había elegido el camino del teatro, con otro éxito, “Arsénico por Compasión”. En un momento de la obra, el veterano actor, decía haber asesinado a uno de los actores por que éste le había dicho que se parecía a Boris Karloff.
Desde Douglas Fairbanks, pasando por Tyrone Power, hasta llegar a Antonio Banderas, han dado vida a “El Zorro“, el héroe enmascarado creado en 1918 para la literatura por Johnston McCully.
Para el cine, desde el mudo hasta el color, se trata de una serie de historias imprecisas con la realidad histórica y que se fundamentan en el espectáculo y la acción vistosa.
La máscara, en este caso, sirve al personaje, don Diego de la Vega, para ocultar el rostro y no ser reconocido mientras imparte justicia.
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