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Todo Sobre La Obra Literaria De René De Chateaubriand, Memorias De Ultratumba
Largamente maduradas, las Memorias (que no autobiografía) de René de Chateaubriand transcurren a través de distintos momentos históricos y de diferentes circunstancias personales, desde su génesis allá por el año de 1811 hasta su publicación en 1848, reflejándose en la estructura de las mismas.
Y es que René de Chateaubriand fue un personaje histórico sin parangón.
Segundón en una familia noble de Saint-Malo, en la Bretaña francesa, le tocó vivir la convulsión prerrevolucionaria de finales del siglo XVIII.
Chateaubriand, católico, monárquico y antirrevolucionario
Como católico, monárquico y contrario a la Revolución, tuvo serios problemas y hubo de sufrir la ejecución de varios miembros de su familia y aún la persecución propia.
De ahí que marchara al exilio viajando por los jóvenes Estados Unidos de América, donde conoció a George Washington, hasta que la noticia de la decapitación del rey francés Luis XVI le hizo retornar para luchar en el bando realista.
Cuando éste ejército fue vencido regresó nuevamente al exilio, en esta ocasión en Londres.
Ya con Napoleón en el poder, Chateaubriand tornó a Francia en 1802 y tuvo a bien colaborar con el emperador, pero su relación con las labores políticas siempre estuvo teñida de infortunio y decepción.
Un antológico artículo en Le Mercure, crítico hacia el régimen por la ejecución del “Luis Antonio Enrique de Borbón-Condé” duque de Enghien, bastó para provocar la enemistad irreconciliable entre ambos.
Posteriormente colaboraría política y diplomáticamente en la restauración de Luís XVIII, también influiría en la formación de la Santa Alianza y, curiosamente, en la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luís que restauró el absolutismo en España.
Ya en la década de los treinta se negó a jurar fidelidad al último rey francés – Luís Felipe – y abandonó definitivamente los sinsabores de la política.
Con todo ese bagaje, Chateaubriand se postula como testigo y protagonista de los hechos que cuenta.
Pero también como un literato extraordinario, culmen de su generación, un superviviente que supo alternar el compromiso político con largos viajes por Oriente y Occidente, salpicados de periodos de alejamiento del mundo en los que sencillamente se dedicaba, cual romántico, a escribir.
Las Memorias son sin duda una obra mayor de la literatura universal, una epopeya apreciada por la excelente generación literaria francesa que le sucedió.
Sin embargo, fueron las ideas políticas del autor las que influyeron, y mucho, en la injusta y secular desvalorización, casi olvido, de su obra.
No sería hasta el segundo centenario de la Revolución Francesa en 1989 (coincidiendo también con la caída de la Unión Soviética) cuando se renovaría la visión crítica acerca de la Revolución, siendo este desengaño el que ocasionaría la revalorización de la obra de Chateaubriand: El genio del cristianismo, Los mártires, El último abencerraje, Los nátchez… y Memorias de Ultratumba.
Influenciado literariamente por coetáneos ilustres como Pascal, Rousseau y antecesores como Montaigne; Chateaubriand escribe una obra amplia y profunda, irónica y melancólica, a decir de los críticos.
Camina entre la introspección y la proyección de los hechos, entre una infancia miedosa e irresponsable y la madurez política, entre su Saint-Malo natal y los viajes por el mundo, entre su melancólica soledad y los amoríos confesables, entre la grandeza y la pequeñez humana.
Si algo caracteriza a las Memorias es que, en ellas, su autor se erige como portavoz de su tiempo, síntesis entre modernidad y tradición (liberalismo y monarquía), a modo de testigo libre de unos hechos cuya influencia e interpretación –política, religiosa y literaria – legaba a la posteridad.
No se equivocaba, aquel mensaje lanzado al mar en una botella sería recogido y leído casi 150 años después, momento en el que sería estimado en su justa medida.
A lo largo de la obra, pasa Chateaubriand de lo magnífico a lo sublime.
Eso es lo que sucede cuando el lector alcanza las últimas páginas pertenecientes a la conclusión de las Memorias.
Se trata, en palabras del profesor Marc Fumaroli, de “una reflexión profunda, de actualidad sobrecogedora y de un alcance universal, sobre la era democrática inaugurada por la Revolución Americana y por la Revolución Francesa, sobre las grandes esperanzas que ella hizo nacer, sobre los peligros que llevaba en germen, y sobre las pruebas insólitas a las que se exponía, en su expansión mundial, la libertad y la humanidad misma del hombre”.
Ciertamente Mémoires d’outre-tombe, en su sugestivo título original, encierra el contraste entre la voluntad y la realidad, una constante en la existencia humana y también en la de su autor.
Lo que pretendían ser unas memorias publicadas póstumamente (“una voz desde el sepulcro”) se convirtieron, merced a una estratagema editorial, en una publicación por entregas que comenzó en los últimos meses de vida del anciano Chateaubriand, sin que éste pudiera hacer nada.
Al fin y al cabo, Chateaubriand es y será siempre un nadador entre dos mundos, un genio polifacético abastecido de recuerdos y dotado de un intelecto certero, crítico y controvertido, que nos legó una obra maestra atemporal: su vida, su moral y su pensamiento.
Por Daniel García
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