El caso de Mariana Alcoforado, la monja enamorada
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Cartas de una monja portuguesa
En el año 1669 apareció en París una publicación que causó una auténtica sensación en su momento y que, incluso, sigue gozando de una importante popularidad hoy en día. Ese pequeño y controvertido librito llevaba por título Cartas de una monja portuguesa y estaba compuesto por cinco epístolas que, supuestamente, habría escrito una joven monja portuguesa a su amado, que la habría abandonado después de una breve y apasionada relación.
Cartas de una monja portuguesa, el libro
En sus cinco cartas, la joven religiosa del título lloraba a su lejana libertad y al amante desaparecido que, tras introducirse brevemente en su clausura para cortejarla, la ha dejado de nuevo abandonada en su soledad.
Aunque en las últimas décadas se ha cuestionado la autoría de estas cartas, pensando muchos que era un trabajo de ficción realizado por el escritor Gabriel Joseph de la Vergne, desde muy pronto se vinculó su autoría a la monja Mariana Alcoforado.
Esta monja existió realmente y vivió entre los años 1640 y 1723, lo que significaría que, de ser de la autora de estas cartas, habría tenido veintinueve años en el momento de su publicación.
¿Quién fue Mariana Alcoforado?
Mariana Alcoforado fue una religiosa interna en el Convento de Nossa Senhora da Conceição en Beja, Portugal. Ingresó en ese convento siendo muy joven y nunca llegó a salir de él, estando su existencia como religiosa allí totalmente documentada.
Aunque, como se ha mencionado ya, no se tiene la certeza de que ella sea la autora de las cartas, su biografía se vincula a la historia que se cuenta en ellas. Mariana Alcoforado era hija de un rico terrateniente y, posteriormente militar que tuvo tres hijos y otras cuatro hijas durante sus dos matrimonios, además de Mariana Alcoforado.
Como ocurría frecuentemente en las familias poderosas donde había varias hijas, una o varias de ellas eran destinadas a la vida conventual, sin que tuvieran realmente ningún tipo de vocación, con el objetivo de proporcionarles un medio de vida, sin que la dote que se tendría que pagar por un matrimonio adecuado a su condición social hiciera mella en el patrimonio familiar. En este caso, se reservó este destino a Mariana Alcoforado, que ingresó como religiosa en el convento cuando era apenas una adolescente, sin conocer más que la Beja que la vio nacer y sin tener ningún tipo de vocación conocida.
El convento era la solución para el futuro que su familia había decidido para ella.
Su vida siguió la rutina vinculada a la orden franciscana, aunque es muy probable que el alto estatus social del que procedía le permitiera llevar en el convento una vida mucha más cómoda que las religiosas que procedieran de un estatus social más humilde.
Religiosas nobles con privilegios
A las religiosas de la nobleza y de la alta burguesía generalmente, dependiendo de la rigidez de la orden en la que profesaran, se les permitía tener un aposento propio en el convento, disfrutar de la ayuda de una o varias sirvientas y disfrutar de objetos tales como joyas, lujosos productos de aseo personal, complementos como cintas, cinturones o guantes y lucir hábitos de telas lujosas, entre otras consideraciones especiales.
Este sería probablemente el caso de Mariana Alcoforado que, además, tenía la posibilidad de recibir visitas procedentes del mundo exterior y tener un importante contacto, sobre todo epistolar, con la sociedad que se encontraba más allá de los muros de su convento.
Sin embargo, su vida estaba sujeta a su condición de religiosa y su libertad también estaba seriamente mermada como consecuencia de su profesión.
Mariana Alcoforado conoce a Noël Bouton
En cualquier caso, su existencia cambió aproximadamente hacia el año 1645 cuando, después del estallido de la Revuelta de Portugal contra el gobierno de la Monarquía Hispánica (1640-1668), llega a Beja el noble francés Noël Bouton, marqués de Chamilly y mariscal de Francia.
Había llegado a Portugal para asistir con tropas a los rebeldes portugueses con el propósito de dañar a la Monarquía, enfrentada entonces desde hacía muchos años a Francia.
El marqués pasó mucho tiempo en Beja durante los años 1665-1667, haciéndose amigo de la familia de Mariana Alcoforado y es probable que alguno de sus hermanos se lo presentase a Mariana durante ese periodo de tiempo.
Con posterioridad, es también probable que, en su condición de conocido de la familia, pudiera visitar con asiduidad a Mariana y escribirla, comenzando una relación amorosa con ella en algún punto de ese periodo que, por supuesto, se mantuvo en secreto.
Sin embargo, cualesquiera que fueran las promesas que hizo a Mariana no las cumplió, pues el marqué se embarcó hacia Francia en 1667 para nunca volver. Parece que tampoco siguió escribiendo a Mariana Alcoforado, lo que la llevó a crear las cartas que fueron publicadas, donde le recrimina a su amante el haberla abandonado sin cumplir sus promesas.
No sabemos exactamente si las noticias de la publicación de esas cartas en París alcanzó los oídos de la familia de Mariana en Beja o si se consideró veraz las conexiones con su nombre; lo único que sabemos de cierto después de este episodio es que la religiosa Mariana Alcoforado murió a los 83 años en el monasterio de Beja donde había estado internada como religiosa desde antes de cumplir los dieciséis años.
Durante la práctica totalidad de la edad Moderna, la historia contada en las cartas se consideró verídica porque para los contemporáneos era muy fácil creer que algo como esto podía pasar, dado que historias como la de Mariana Alcoforado se sucedían con relativa frecuencia en las grandes ciudades de las naciones católicas.
En una cultura donde el hecho de internar a las hijas de la nobleza y la burguesía en conventos más o menos poderosos era un hecho común, era también cierto que la mayoría de esas mujeres no tenían una verdadera vocación religiosa y que veían la vida a la que se les destinaba como una opción que realmente no deseaban, aunque podía darles mucha más libertad individual que determinados matrimonios.
Conscientes de ello, muchos conventos permitían una gran libertad a sus internas, permitiéndolas tener una gran cantidad de visitas, mantener correspondencia con quien quisieran e, incluso, salir del recinto conventual acompañadas, contraviniendo las rígidas normas que solían imperar sobre el papel.
“Galanes” o “seductores” de monjas
Pero estas libertades que se permitía a las monjas fomentaron la aparición de unas figuras que recibían el nombre de “galanes” o “seductores” de monjas. Estos eran hombres que se dedicaban a visitas a las monjas en sus conventos y a iniciar una relación con ellas (en principio, platónica), en las que les regalaban con palabras de amor y pequeños regalos, prometiéndoles asimismo su devoción absoluta que, muchas veces, ellas también correspondían.
Estas relaciones, en cualquier caso, no solían durar; la vigilancia general a la que estaban sometidas las monjas y la vigorosa censura social a la que ambos personajes se arriesgaban si su aventura iba más allá se aseguraba de ello.
Pero, en ciertas ocasiones, sí que se sabe que las relaciones se consumaron y que, o bien el galán escapó, dejando a su amada sola para enfrentarse al juicio de la sociedad y la ruptura de sus votos, o bien se escaparon juntos, lo que provocaría una persecución pública de los huidos.
Otras historias de seductores de monjas
Existen historias célebres de seductores de monjas que huyeron con las religiosas que conquistaron, sin que nunca se volviera a saber de ellos, y relaciones amorosas entre una monja poderosa y un hombre que fueron descubiertas por el público, teniendo sus componentes que enfrentarse a las consecuencias de sus actos. Uno de los casos más célebres a este respecto fue el de la sobrina del rey Felipe II, la hija ilegítima de don Juan de Austria, Ana de Austria, que fue destinada a una vida como monja desde su más tierna infancia.
Religiosa en el convento de Madrigal de las Altas Torres, en Ávila, tuvo una relación amorosa de varios años con Gabriel de Espinosa, el llamado “pastelero de Madrigal”, que se hacía pasar por el desaparecido rey don Sebastián de Portugal y que deseaba recuperar su trono perdido.
Estuvieron juntos varios años mientras ella estaba en el convento y algunos autores han llegado incluso a defender que tuvieron una hija juntos.
Descubierta la conspiración de Gabriel de Espinosa para expulsar del trono de Portugal a Felipe II y su relación con Ana, él fue ejecutado y ella fue encerrada en otro convento, prácticamente aislada del resto de la comunidad y sometida a una fuerte vigilancia, como castigo por sus actos, aunque terminó siendo perdonada por su primo Felipe III y fue priora del convento de las Huelgas de Burgos.
Sin embargo, sus deseos de abandonar la vida conventual no fueron escuchados y se vio obligada a continuar siendo religiosa durante el resto de sus días.
Las aventuras entre galanes y religiosas durante la edad Moderna eran más comunes de lo que a primera vista se podría considerar y aunque rara vez pasaban del ámbito platónico o caballeresco, en algunas ocasiones su relación llegó mucho más lejos, con el consiguiente escándalo y condena social.
Y, prácticamente en todas las ocasiones, las historias acaban mal, especialmente para la religiosa, que solía quedarse encerrada en su convento, añorando a sus amantes y soñando con la vida que nunca pudieron llevar más allá de las paredes que la rodeaban.
Cartas de una monja portuguesa, el libro
Un artículo de Rocío Martínez
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Curiosa insistencia, aunque comprensible, por eso de los amores de una monja, igorando que el 17 de noviembre de 1668, en el “Registre des Priviléges”, se inscribe un libro al que se le concede el “imprimatur” (derecho de impresión), titulado “Les Valantaines Lettres Portugaises Epigrames et Madrigaux”, del vizconde de Guilleragues, nombre del único y verdadero autor de las eróticas cartas. Como documentó en 1990 Frédéric Deloffre, editado por Gallimard.