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El rey Alfonso X de Castilla, “el Sabio”, es uno de los monarcas más conocidos de la Historia de España. Su protección de la cultura y las artes y las producciones que auspició, que se dedicaban a temas tan dispares como la astronomía, la literatura, la Historia o el ámbito jurídico, por citar solo algunos ejemplos, le han granjeado un lugar de honor en nuestro recuerdo.
Sin embargo, la gente suele conocer menos datos de su actividad política y mucho menos sobre su final que, lejos de haber sido pacífico, se vio marcado por un grave enfrentamiento con su hijo y sucesor, Sancho IV de Castilla.
Inestabilidad en el reinado de Alfonso X
Sin duda, los problemas y la inestabilidad protagonizaron los últimos años del gobierno de Alfonso X. Sus fracasos a la hora de tomar Algeciras, la peligrosa aparición de los benimerines en los territorios musulmanes y sus enfrentamientos con la nobleza de 1272 y 1273, representan algunas de las problemáticas más destacadas a las que se tuvo que enfrentar Alfonso X en sus años finales.
Pero ningún suceso le provocó tantas amarguras y derrotas al monarca castellano como su problema sucesorio.
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El problema sucesorio de Alfonso X
El problema sucesorio de Alfonso X no radica, como ocurre en la mayor parte de las ocasiones, con la falta de herederos legítimos.
No era este el caso de nuestro monarca, que había tenido diez hijos con su esposa Violante de Aragón, varios de ellos varones.
Los problemas llegaron cuando se produjo la muerte repentina del hijo mayor y heredero de Alfonso X, el infante Fernando de la Cerda, en 1275.
El infante Fernando se había casado con Blanca de Francia y dejaba tras de sí dos hijos, Alfonso y Fernando, de muy corta edad. Sin embargo, el derecho de primogenitura tal y como lo entendemos ahora no estaba todavía fijado en Castilla, donde según el derecho consuetudinario, en caso de muerte del primogénito, debía pasar a ser heredero el segundogénito y no los hijos menores del fallecido, con el objetivo de evitar los problemas que se podrían derivar de la llegada de menores al trono.
Sin embargo, se venía produciendo una recuperación de las leyes y las costumbres vinculadas al derecho romano privado, tendencia que cristalizó en las famosas Leyes de las Siete Partidas.
Entre los muchos temas que se tocan en este Corpus legislativo, se habla de la sucesión real y se establecía que los hijos del difunto infante debían tomar el lugar de su padre en la línea sucesoria, por lo que Alfonso y Fernando deberían preceder a Sancho a la hora de heredar el trono castellano.
Pero Sancho, el segundogénito de Alfonso X, no iba a permitir que dos niños le apartaran de su trono.
El joven Sancho se había distinguido por haber sustituido a su hermano en la lucha contra los musulmanes y había cosechado un destacado éxito, concentrado a su alrededor un creciente número de nobles que veían en él a un candidato más prometedor que los pequeños infantes de la Cerda.
Ante su creciente popularidad, Alfonso pareció apoyar su candidatura en un principio pero, presionado por su esposa, Violante de Aragón y por el hermano de Blanca, Felipe III de Francia, pensó en ceder diversos territorios a sus nietos a modo de compensación, pensando incluso en crear un reino de Jaén para el primogénito, Alfonso.
Sin embargo, Sancho no iba a permitir que se le quitara parte de una herencia que consideraba legítimamente suya y se alzó en rebelión contra su padre con la ayuda de gran parte de la nobleza, tanto de aquellos nobles que apoyaban su candidatura como de otros que, opuestos a Alfonso X, veían en su hijo una mejor opción para ellos de la que representaba el ya avejentado rey.
Minado por los problemas y pagando el precio de oposiciones anteriores, la rebelión avanzó rápidamente. Considerando muchos lugares que era mejor rendir pleitesía al que probablemente fuera el siguiente rey que permanecer fiel a un monarca que no tardaría demasiado en morir y tan solo Badajoz, Sevilla y Murcia permanecieron fieles a Alfonso X. Sancho desposeyó a su padre del gobierno en el año 1282, autoproclamándose monarca de facto, aunque jamás llegó a quitarle el título de rey que le correspondía.
Alfonso X maldijo a su rebelde hijo por lo que le había hecho y trató de recuperar su posición enfrentándose a Sancho, pese a que este le había arrebatado todo el poder gubernamental fático, intentando forjar una alianza con sus enemigos los benimerines y atraer a su bando a distintos aristócratas con promesas de beneficios.
Alfonso X muere
Sin embargo, Alfonso X falleció en 1284 sin poder poner en práctica ninguna oposición realmente peligrosa al hijo que le había arrebatado el gobierno dos años después. Eso sí, Alfonso X desheredó a Sancho en su testamento final, nombrando como el legítimo heredero a su nieto Alfonso de la Cerda.
El testamento de su padre no importó en demasía a Sancho y a sus seguidores, que ya habían alcanzado dos años antes el poder práctico tras su rebelión.
Poco después de la muerte de su padre, se hizo coronar rey en Toledo, pese a que había ciertos grupos nobiliarios que reclamaban el trono para Alfonso de la Cerda y el rey Alfonso III de Aragón, como forma de atacar a Sancho IV, proclamó a Alfonso de la Cerda rey en Jaca en 1288, para después iniciar una campaña militar en su nombre que no llegó realmente a ningún sitio.
Posteriormente, la problemática de los infantes de la Cerda siguió estando presente en un reinado marcado por la inestabilidad aunque brillante desde el punto de vista cultural, como lo había sido el de su padre.
Alfonso de la Cerda continuó intentando hacer valer sus derechos al trono durante todo su reinado, así como durante el de su hijo Fernando IV.
Fue especialmente durante la minoría de edad de este, que sucedió a su padre con tan solo nueve años, cuando su candidatura estuvo más activa, pero finalmente no consiguió su objetivo y la línea de Sancho IV fue la que continuó en el trono de Castilla en los siglos posteriores, pese a los deseos póstumos del rey sabio apartado del gobierno por la rebelión de su hijo.
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