Alquimistas: En Busca del Oro. ¿Quiénes fueron?
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La Historia de la Alquimia y los primeros alquimistas
Durante muchos siglos, muchos hombres tuvieron un objetivo común: convertir el metal innoble en oro. Afanados en la búsqueda de lo que llamaron “la piedra filosofal”, un buen número de sabios dedicaron su vida entera ante un infructuoso objetivo porque los métodos que emplearon, difícilmente, podían hacer que un metal impuro se trasformara en oro o en plata.
Escribieron muchas páginas en vano, muchas horas dedicadas al estudio de lo que otros habían investigado y concluido.
Pero, ¿Quiénes eran esos hombres? ¿De verdad creían que existía un elixir capaz de proporcionales riquezas inmensas, de concederles la vida eterna?
La Alquimia es una Ciencia antigua, precursora de la química y quizás tan anciana como lo es el propio hombre. Existen vestigios que indican que durante los primeros siglos después de Cristo ya existían personas que pretendían enriquecerse de forma rápida y sencilla, desde casa, destilando metales para convertirse en hombres ricos.
En el siglo IV se escribió el primer tratado que en forma enciclopédica reunía todo el saber sobre el asunto, lo escribió Panopolitano, un escribano de la Biblioteca de Alejandría, la mayor biblioteca del Mundo Antiguo donde se intentó reunir la sabiduría repartida por el mundo, pero que terminó siendo pasto de las llamas. En lo que respecta al compendio de Panopolitano, se conservan parcialmente algunas de sus páginas.
A partir de este primer tratado, proliferaron los textos que se dedicaban en exclusiva a este forma de magia.
La pretensión de las fórmulas y mezclas que hacían se correspondían con el deseo de igualar la serie de características que le son propias al oro, es decir, la misma densidad, igual dureza, idéntico tacto. Para llegar a ese punto deseado utilizaban todo tipo de destilaciones que ganaron en complejidad a correr de los años.
Igualmente, su ingenio se debatía de forma constante en la inventiva de nuevos artefactos, nuevos alambiques con los que llevar a cabo sus infructuosos ensayos. Para ello, se ayudaban de hornos, morteros, ollas que sumergían en el fuego que todo lo funde.
¿Cuáles fueron los ingredientes de los alquimistas?
Uno de los ingredientes más curiosos que utilizaban los alquimistas fue el huevo, el huevo de gallina. Por aquél entonces se pensaba que el huevo era una fuente de energía sin igual, que proporciona una extraordinaria vitalidad. Desde luego, el huevo es rico en proteínas, pero más que improbable que terminara por convertirse en metal precioso.
Timos Alquímicos
Desde que el hombre es hombre se ha timado. Ha intentado engañar al prójimo en beneficio propio, casi siempre por usura, por avaricia. A propósito y al amparo de la Alquimia y de las peculiaridades que la rodeaban, sencillo es pensar que muchos intentaron estafar a los incautos al convencerles de que poseían el gran secreto, la piedra filosofal, la fórmula capaz de convertir un metal de segunda categoría, innoble, en preciado oro. Personajes un tanto siniestros y grandes timadores fijaron su objetivo en reyes y clérigos, poseedores de abundantes riquezas sobre las que fijar sus garras.
En realidad, venía a ser una versión del timador timado, interpretando el papel de rey, noble o clérigo. De forma reincidente y durante algunos siglos, al comienzo de nuestra Era, un timo se hizo tan popular que ha llegado hasta nosotros.
Aquellos buscavidas o timadores conseguían embaucar a la acaudalada víctima. Le decían que eran capaces de hacerles una demostración de cómo convertían mercurio en oro. Disponían todo lo necesario para realizar el experimento milagroso.
En un horno se introducía una piedra de carbón en la que previamente y a ojos del timado, se había introducido el mercurio. Lo que el incauto no sabía es que el carbón contenía una pieza de oro auténtica, solo sostenida por una pieza de cera que se derretiría dejándola caer.
El milagro había sucedido: ¡el mercurio se había convertido en oro! El timo se redondeaba pidiéndolo dinero al hacendado para comprar mercurio y ponerse a su disposición para convertirlo en una gran montaña de oro. Una vez conseguido el dinero, al alquimista no se le volvía a ver en la Corte.
La Alquimia: Un Fenómeno Mundial
La alquimia fue practicada en todos los rincones del planeta. Muchos de esos hombres que la practicaron, estaban en la creencia que era necesario cierto equilibrio mental y físico para que el arte alquímico diese los frutos deseados. De hecho, consideraban que encontrar cierta paz espiritual, el orden mental, era un síntoma de alcanzar la piedra filosofal.
El lejano Oriente también se vio subyugado por ese deseo alquímico consistente en transmutar el sentido de la vida. Los yoguis, aquellos practicantes del yoga, uno de los seis sistemas de la filosofía del hinduismo, utilizaban la respiración, la concentración y la interiorización para que sus poderes psíquicos despertaran del letargo. Curiosamente, entre las intenciones de estos hombres, también se encontraba el deseo de crear oro. La alquimia verdadera, en realidad, se divide en dos vertientes.
De un lado, la alquimia material, de la que ya hemos hablado, pero también, en el otro lado, se tenía conciencia de la existencia de la alquimia del espíritu, practicada con más énfasis en el metafísico Oriente. De manera global, la alquimia perfecta es la que trabaja sobre la materia sin perder de vista el espíritu.
Por eso los yoguis, con la interiorización y la búsqueda de claves psíquicas, utilizaban sus mentes para encontrar el elixir de la eterna juventud; conocer el pasado, el presente y el futuro; levitar; conocer sus vidas anteriores; permanecer, sin necesidad de oxígeno, bajo el agua o convertir la nada en oro. Este fenómeno no se dio solo en la India, por su parte, los chinos, por su parte, tenían claras las ventajas que para la vida tenía el oro. En uno de sus tratados se puede leer:
“El oro no provoca daño. Por eso es, entre todos los metales, el más preciado. Cuando el alquimista lo incluye en su alimentación, la duración de su existencia se hace eterna”.
Se extendió entre muchos alquimistas que el hecho de incluir en su dieta unos gramos de oro, el noble metal les devolvía salud, era una fuente de juventud: “El cansado anciano se vuelve de nuevo un joven pleno de anhelos; la fatigada anciana se hace una doncella”.
Ocultando el Mensaje
Los alquimistas seguían sus propias recetas, en función de los experimentos que realizaban. En la mayor parte de los casos, dichas recetas están escritas de tal forma que no pudiesen ser comprendidas por la mayor parte de los mortales. Los alquimistas intentaban esconder sus secretos. De tal manera que los tratados sobre Alquimia están escritos utilizando códigos secretos: bajo la escritura de símbolos y signos. Por lo general, todos los tratados de Alquimia que utilizan un código, hacen referencia a los planetas del Sistema Solar. Lo que hacían era asociar cada metal con un planeta, aunque desvirtuando la tradicional asignación que concede a cada planeta unas características, unos poderes y unas cualidades especiales.
El boom de la Alquimia llega a Europa en el siglo XII. Es el momento histórico en que, en reducidos y apartados círculos, se comienza a tomar en serio la idea de buscar la piedra filosofal. Durante los siglos posteriores, muchos de los libros que tratan el tema son traducidos. Es el tiempo en que toda esa literatura parece ajena, propia de un idioma que todo el mundo desconoce. Los libros son un montón de símbolos que no dicen nada. Dragones, soles y lunas entremezclados con leones.
Nombres Alquímicos
Son muchos los nombres de los hombres que se interesaron vivamente por esta suerte de magia que era la alquimia. Uno de ellos, Nicolás Flamel, un bibliotecario de la Universidad de París en el siglo XIV, siguiendo las instrucciones de un misterioso libro que cayó en sus manos, dejó escrito su descubrimiento: decía haber conseguido oro, un 17 de enero, hacia el mediodía, del año de gracia de 1382.
“La primera vez que realicé la proyección fue sobre mercurio, del cual extraje media libra de plata pura, mejor que la de la mina” (…) “El 25 de abril del mismo año, a las cinco dela tarde, convertí el mercurio en igual cantidad de oro puro, que sin duda resultaba mejor que el oro común, o sea más blando y más dúctil”.
Se desconoce si estas palabras escritas por el bibliotecario Flamel son ciertas o pertenecen a la categoría de la ciencia ficción. Lo cierto es que sí que hay datos suficientes para afirmar que una vez fallecido, en el año 1418, el testamento del alquimista reflejaba la cesión de muchos miles de francos franceses para la realización de obras benéficas.
Para saber más:
“Los Orígenes de la Alquimia”. P. E. Berthelot, París, 1885.
“Historia de las Sociedades Secretas”. Ramiro A. Calle, Editorial Temas de Hoy. 1990.
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