Son dos los motivos principales por los que no vemos demasiadas sonrisas en los cuadros pictóricos más antiguos. Por una parte, según Nicholas Jeeves, en su ensayo “The Serious and the Smirk: The Smile in Portraiture”, “los occidentales de siglos pasados se abstuvieron de sonreír en sus retratos para evitar mostrar sus dientes en mal estado. De hecho, la mala higiene dental era tan común que no se consideraba un detractor del atractivo“. Por otro lado, recordemos que estos cuadros de los que estamos hablando se pintaban de ‘forma y en tiempo real’, es decir con posados de largas horas del retratado ante la mirada del pintor. Así es que, era más que aconsejable tomar una postura, en primer lugar, cómoda; y en segundo término, una postura facial que se pudiera mantener a lo largo del tiempo. Pintar un retrato de estas características llevaba algo más de un día… o una semana…

Solo quedaba, para el retratado, si quería aparecer sobre el lienzo sonriente, confiar en el artista y en su memoria. Todo lo cual hace pensar que la mala salud de dientes picados e insanos sea la verdadera razón por la que la mayor parte de los modelos prefirieran mantener la boca cerrada. No obstante, siempre quedaba la opción del retoque… no sé qué hubieran pensado los grandes retratistas como Diego Velazquez o Pedro Pablo Rubens sobre alterar la realidad.

Luego, tenemos que tener en cuenta que lo usual era mantener la seriedad frente al lienzo pintado. Digamos, así era la moda. Y, el hecho de sonreír podría conllevar otro tipo de connotaciones, solo reservadas a casos específicos o para artistas como Antonello Messina

Antonello da Messina, el retratista de la sonrisa

El artista renacentista italiano Antonello da Messina fue uno de los pocos que dibujó la alegría de la sonrisa en muchas de sus pinturas. Messina era un experto en las técnicas de pintura al óleo, que eran la verdadera vanguardia del momento en los Países Bajos, y que daban prioridad a la observación directa de la naturaleza.

Messina introdujo la beldad de la sonrisa en sus pinturas de retratos para indicar y elevar las vidas interiores de sus modelos realistas.


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Su “Retrato de un hombre joven”, aproximadamente datado en el año 1470, es anterior a la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, considerada durante mucho tiempo, quizá aún también, como la sonrisa más enigmática de la Historia del Arte.

Antonello da Messina, Retrato de un hombre joven. 1470. Metropolitan Museum de Art

Antonello da Messina, Retrato de un hombre joven. 1470. Museo Metropolitano de Arte

Antonello da Messina, Ritratto d’uomo (Ritratto di ignoto marinaio), 1470 Detalle. Fondazione Culturale Mandralisca, Cefalù

Antonello da Messina, Ritratto d’uomo (Ritratto di ignoto marinaio), 1470 Detalle. Fondazione Culturale Mandralisca, Cefalù

 

Todo cambia en el siglo XVII en la vieja Europa, y en lo que se refiere a las tendencias, también. Las modas ahora no está en esconder los dientes.


Se daba la circunstancia de que los aristócratas habían decidido, de forma tácita, claro, que enseñar los dientes en público -y así se reflejaba en el Arte-, era una expresión propia de la lasciva que debía quedar reservada a la chusma, a las clases más bajas: los borrachos y los artistas teatrales, no exactamente por este orden.

Los pintores holandeses, sin embargo, estaban particularmente comprometidos con la representación real y auténtica de la vida cotidiana, sonrisas incluidas. Por estas razones, hubo una destacada cantidad de pintores que capturaron con exitosa libertad a ciertos individuos de las clases bajas. Hablamos de Jan Havicksz. Steen, Judith Leyster, Gerrit van HonthorstFrans Hals.

Jan Havicksz. Steen. Autorretrato con Laud. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

Jan Havicksz. Steen. Autorretrato con Laud. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

Judith Leyster, autorretrato a los 24 años, 1633, en Galería Nacional de Arte de Washington

Judith Leyster, autorretrato a los 24 años, 1633. Galería Nacional de Arte de Washington

Gerrit van Honthorst. El hijo pródigo. 1623 Alte Pinakothek, Múnich

Gerrit van Honthorst. El hijo pródigo. 1623
Alte Pinakothek, Múnich

Permítanme una última boutade… Todo cambia, sí, en esto de las apariencias a velocidades de vértigo. Ahora se lleva el selfie con morritos  o el afterself selfie (aunque ya están empezando a pasar de moda), y mostrar la felicidad en toda su dimensión, aunque no sea cierta. El ojo de la cámara miente hasta donde tú le digas. Y, de cara a los demás, como decía Isabel Pantoja a su partenaire Julián Muñoz, perseguida por los paparazzi que les fotografiaban… “dientes, dientes, que es lo que les jode…” Cómo cambian los tiempos, malos tiempos para el Arte…

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