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Doña Inés de Castro: la reina cadáver


Cuello de garza. Así llamaban sus contemporáneos a la bellísima Inés de Castro(1325-1360), quien llegaría a ser la protagonista de uno de los episodios más legendarios de la historia de Portugal. 

A la hora de aproximarnos a la figura de doña Inés de Castro, la realidad y la ficción van de la mano. Doña Inés de Castro nació hacia 1325, siendo hija ilegítima de don Pedro Fernández de Castro (descendiente del rey Sancho IV de Castilla) y de Aldonza Soares de Valladares

Poco se sabe de su infancia más que el nombre de sus padres y que probablemente fue criada en la corte del famoso don Juan Manuel, como dama de su hija Constanza Manuel.

Sin embargo, la agitada niñez de esta última pone en entredicho esta repetida afirmación. Constanza Manuel había sido prometida al rey Alfonso XI de Castilla y su matrimonio llegó a ratificarse en Cortes, hasta el punto de que se le dio el título de reina de Castilla.

Pero, el joven Alfonso XI prefirió una alianza con su vecino portugués, casándose con la infanta lusa doña María y encerrando a la joven Constanza, de apenas once años, en el castillo de Toro.

Escultura de Doña Inés de Castro: la reina cadáver

Atrapada entre las luchas de poder que enfrentaron militarmente a su padre y a su otrora prometido, Constanza Manuel permanece encerrada hasta que se firma la paz y don Juan Manuel negocia su casamiento con el príncipe Pedro de Portugal, hijo y heredero del rey Alfonso IV.

Es en el momento de su boda en el que vuelve a aparecer de nuevo doña Inés, que acompaña a doña Constanza Manuel a Portugal como su dama.


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Lo que no esperaría su joven señora es que su nuevo marido se enamoraría perdidamente de doña Inés, según dice la leyenda, en su primer encuentro.

Aunque las leyendas defienden que doña Inés se negó a mantener ningún tipo de relación amorosa con el joven príncipe hasta el fallecimiento de doña Constanza, lo cierto es que prácticamente desde el momento de su llegada a la corte de Alfonso IV se habló de la predilección que sentía el heredero por la bella dama.

Constanza Manuel también era consciente de eso, hasta el punto de que intentó separarlos utilizando una inteligente artimaña: cuando nació el primer hijo del matrimonio, Luis, doña Constanza consiguió que tanto doña Inés como don Pedro fueran sus padrinos de bautismo.

En la edad Media, se consideraba que los padrinos de un mismo niño adquirían un parentesco simbólico, es decir, se convertían teóricamente en unos familiares muy cercanos que convertirían en incestuosa cualquier relación amorosa que pudieran tener.

Sin embargo, el pequeño Luis vivió poco tiempo y ese vínculo que separaba a ambos amantes se disolvió con su muerte.

Doña Constanza Manuel no sobreviviría mucho tiempo a su hijo. En 1345 muere dando a luz a su hijo Fernando, que se convertiría en el heredero de su padre, dejando el camino expedito a los jóvenes amantes.

Desde ese momento ya con toda seguridad, Inés de Castro y don Pedro inician una relación que durará hasta la muerte de la primera.

Se casan en secreto, delante de algunos testigos de máxima confianza del príncipe y don Pedro I, según la leyenda, promete a su amada que haría pública su unión y la tendría a su lado como reina legítima de Portugal una vez que muriera su padre y él ascendiera al trono.

Sin embargo, no quedan apenas pruebas de este matrimonio, que no se hizo público hasta después de la muerte de doña Inés y algunos autores han defendido (como en el caso de su homónimo, Pedro I de Castilla y su amante María de Padilla) que inventó e hizo público tal matrimonio para legitimar a los cuatro hijos que habían nacido de esa relación.

El rey Alfonso IV, el padre de don Pedro, odiaba la relación que su hijo mantenía con la joven castellana.

No solo quería que su heredero se volviese a casar con una candidata que pudiera traer beneficios políticos al reino y que diese más herederos al trono, sino que temía la influencia que la poderosísima familia castellana de los Castro pudiera llegar a tener en Portugal a través de doña Inés.

Asimismo, se temía que doña Inés intentara que sus hijos heredaran a su padre en perjuicio de don Fernando, el único hijo que había sobrevivido del matrimonio de don Pedro con doña Constanza, y estallara la guerra civil.


Don Pedro se negó reiteradamente a abandonar a doña Inés pese a la insistencia de su padre y a finales de 1354 don Alfonso decidió que había llegado la hora de tomar medidas drásticas. 

Apoyado por varios nobles de su entorno opuestos a doña Inés y a la influencia castellana en Portugal, el rey ordena a tres de sus hombres de confianza, Pero Coelho, Álvaro Gonçalves y Diego López Pacheco, que asesinen a doña Inés, lo que llevarán a cabo el 7 de enero de 1355, mientras don Pedro está de caza.

La furia de don Pedro al conocer la noticia no tuvo límites. Consciente de que su padre había sido el artífice de la muerte de su amada, inicia una revuelta contra él con la ayuda de parte de la nobleza y de los hermanos de doña Inés y, durante los años siguientes, la guerra civil domina Portugal.

Tras varios años de conflicto, padre e hijo firman la paz, pero don Pedro ni olvidó ni perdonó.

Cuando Alfonso IV muere y él asciende al trono con el nombre de Pedro I, una de las primeras medidas que toma es proclamar que él se casó en secreto con doña Inés e inicia la persecución de los asesinos de su esposa, que habían huido de Portugal temiendo las iras del enfurecido don Pedro.

No pudo conseguir apresar a Pacheco, que había huido a Francia y cuya pista se había perdido; pero los otros dos asesinos, Coelho y Gonçalvez, fueron llevados a presencia de don Pedro, quien les haría expiar su crimen de un modo terrible: después de ser torturados, se organizó una ejecución pública delante del palacio real en la que a uno de ellos se le arrancó el corazón por la espalda y, al otro, por el pecho, delante de la mirada satisfecha de don Pedro y de toda la corte.

Asimismo, don Pedro mandó desenterrar los restos de doña Inés para llevarla al monasterio real de Alcobaça, a donde sería trasladada, con todo el fasto y las honras que correspondían a una reina.

Pero la leyenda dice que don Pedro, antes de sellar su tumbamandó que sacaran el cadáver de su amada, la vistieran con lujosos ropajes y la sentaran en un trono a su lado.

Después, ordenó que coronaran el cuerpo de Inés y obligó a toda su corte a jurarle pleitesía como su soberana y a besarle la mano en señal de lealtad, cumpliendo la promesa que le hizo en vida de que, un día, reinaría a su lado.

Don Pedro y doña Inés están ambos enterrados en el monasterio de la Alcobaça, en dos sepulcros que se encuentran uno enfrente del otro. La leyenda más extendida dice que don Pedro lo ideó así para que, el día de juicio final, doña Inés fuera lo primero que viera al resucitar.

Aunque es más probable que ambos sepulcros estuvieran uno al lado del otro, como era más habitual, y hubieran sido movidos posteriormente, esa leyenda permanece como recordatorio perpetuo del amor más allá de la muerte que tuvo don Pedro por doña Inés, la reina que solo lo fue después de morir.

-Para saber más: 

-Esta trágica historia ha inspirado cientos de novelas, poemas, obras de teatro y óperas. En 2003, por ejemplo, María Pilar Queralt del Hierro publicó una interesante novela sobre este personaje titulada “Inés de Castro” y es también interesante la obra de 1955 de Alejandro Casona “Corona de amor y muerte”.

-En el caso de doña Inés, es especialmente interesante acudir a fuentes literarias que relatan esta leyenda, especialmente a “Os Luisídas”, de Camoens y a la “Crónica de don Pedro” de Fernao Lopes.

La vida de Inés de Castro y la influencia de su leyenda en la literatura y el arte posteriores han despertado mucho la atención de los historiadores y filólogos, por lo que los estudios en torno a ella son ingentes. Véase a este respecto, por ejemplo, el artículo de Emilio Quiñones “Inés de Castro y Pedro I de Portugal: su entorno y su época” (Estudios de genealogía, heráldica y nobiliaria de Galicia, nº 7, 2008, pp. 367-394), entre otros muchos.

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