La Peste Negra, también conocida como peste bubónica o muerte negra, fue una de las epidemias más letales de la historia, de la historia conocida hasta entonces.


Al final de este artículo encontrarás una interesante carta de un Médico de la Peste enviada al señor de Auderville contando su experiencia y sus vivencias.
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Conocer cuántas personas murieron como consecuencia de esta terrible enfermedad… es de difícil cálculo. Algunos historiadores se aventuran a dar cifras casi redondas: 25 millones. Otros hablan de que falleció la mitad de la población europea, también redondeando un difícil círculo estadístico porque si no había censos fiables de los vivos, como para haberlos de los muertos.

De hecho, una de las tareas que tenían encomendada a los Médicos de la Peste, conocidos en italiano como Medico della Peste, como se llamaba a estos ‘médicos’, como ahora veremos, era esa exactamente: no la de curar o tratar a los pacientes (algo que se extralimitaba de su conocimiento y de sus posibilidades), sino la de llevar un registro de las víctimas y, ocasionalmente, asistir en la autopsia del fallecido.

Paul Fürst, grabado de un médico de la plaga de Marsella. 1721.

Paul Fürst, grabado de un médico de la plaga de Marsella. 1721.

El trabajo de los médicos de la Peste fue tan ingrato como podemos imaginar. Pensemos que la Ciencia Médica no sabía hacer frente y parar la epidemia. No había médicos para tantos enfermos por lo que se contrataron a una nueva generación de médicos, los también llamados médicos de la plaga, que eran médicos de segunda categoría, médicos jóvenes con una experiencia limitada o que no tenían ninguna capacitación médica certificada.


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¿Qué fue y cómo se transmitía la Peste Negra?

La peste negra, fue una pandemia que asoló Europa durante el siglo XIV y era transmitida por unas pulgas que viajaban a los lomos de las ratas. Se cree que la epidemia surgió en Asia central, desde donde pasó a ciudades italianas dada la gran actividad marítima y comercial con ciudades como Génova.

El traje o disfraz del Médico de la Peste

La ropa usada por los doctores de la peste no tenía otro fin que el de protegerlos de las enfermedades que ni siquiera se sabía con certeza si se propagaban a través del aire, antes de que la teoría de los gérmenes lo refutara todo.

El traje, usado en Francia e Italia en el siglo XVII, consistía en un abrigo largo que cubría hasta los tobillos, junto con una característica máscara terminada en forma de pico, similar a un pájaro, y que solía estar repleta de sustancias dulces o de fuerte olor, comúnmente lavanda flores secas, incluidas rosas y claveles, hierbas (como la menta), especias, alcanfor o una esponja de vinagre; y era atada con cintas a la cabeza.

Además, el traje se acompañaba de guantes, botas y un sombrero de ala ancha. Todo lo que fuera posible para evitar el nauseabundo hedor, el miasma, que se extendía sin remisión por las calles y para ‘protegerse’ de posibles contagios. Curiosamente, el sombrero, usualmente de cuero de ala ancha, servía para indicar quiénes eran.

La máscara del medico della peste

mascara del medico della peste

Máscara del medico della peste del Carnaval de Venecia. Foto: flickr/

La máscara tenía aberturas de vidrio en ambos ojos y dos pequeños orificios nasales que servían de respiradero.

Desfile carnavalesco en honor a los médicos de la peste. Lucerna 2013

¿Por qué el doctor de la plaga llevaba un palo?

Por último, los médicos utilizaban bastones de madera para señalar las áreas que necesitan atención y examinar a los pacientes sin tocarlos. Los bastones también se usaban para mantener a las personas alejadas, para quitar la ropa de los enfermos sin tener que tocarlas e, incluso, para tomar el pulso de un paciente.


La protección de un remedio no buscado

Ahora sabemos que fueron las pulgas las que transmitieron la plaga, sin embargo ese pico que nos produce cierta inquietud tuvo un beneficio ocasional y benefactor. Solían tener unos 25 centímetros de longitud y protegió a los médicos porque las pulgas no podían saltar con tanta distancia entre médico y paciente.

Carta de un Médico della Peste al señor de la ciudad d’Audreville, en Francia donde advierte de sus vivencias

Alvise Zen, un “médico de la peste”, escribió al señor d’Audreville unos años después de la epidemia que diezmó a la población de Venecia en dos oleadas sucesivas, en 1575 y 1630 

Mi muy excelente señor d’Audreville, le contaré lo pasado durante esos terribles días solo porque estoy convencido de que sin memoria no hay historia y que, por amarga que sea, la verdad es herencia común. Y dado que, después del horror, esa historia se convirtió en una fiesta, o más bien en una de las más queridas por los venecianos, me resulta menos difícil recordarla. Pero vamos a los hechos.

Durante siglos no hubo calamidad más aterradora que la peste. La enfermedad vino del este y, por lo tanto, todas las rutas comerciales, que eran la principal fuente de riqueza para Venecia, se transformaron en formas de contagio. Era 1630. Junto con especias y telas preciosas, los barcos de la Serenissima también llevaron la muerte negra.

Ah! Mi querido amigo, incluso las guerras y las hambrunas no ofrecieron un espectáculo tan desolado. La República inmediatamente preparó una serie de medidas para detener la epidemia: se designaron delegados para controlar la limpieza de las casas, prohibir la venta de alimentos peligrosos, cerrar lugares públicos, incluso iglesias. Los prisioneros fueron reclutados como “pizzegamorti” o monatti. 

Solo nosotros los médicos podíamos movernos libremente. Las enfermeras y sepultureros tenían que llevar signos distintivos visibles incluso desde lejos; Llevamos una bata larga y cerrada, guantes, botas y nos cubrimos la cara con una máscara con una nariz larga y enganchada y gafas que nos daban una apariencia aterradora.

Levantamos las túnicas de los enfermos con un palo largo y operamos las bobinas con escalpelos tan largos como postes. 

Hombres y mujeres enfermos fueron llevados a la isla de Lazzaretto Vecchio; En cambio, las personas que habían estado en contacto con las víctimas de la peste fueron trasladadas a la de Lazzaretto Nuovo durante más de veinte días con fines de precaución.

Los ricos murieron como los pobres. 

¿Quieres saber cuántos venecianos fueron al Dios eterno? Ochenta mil, piensas, en diecisiete meses; doce mil en noviembre de 1630; en un día, el día 9, fueron quinientos noventa y cinco. En cambio, las personas que habían estado en contacto con las víctimas de la peste fueron trasladadas a la de Lazzaretto Nuovo durante más de veinte días con fines de precaución.

Se había izado una horca en un barco para ejecutar a los infractores de las órdenes de higiene y alimentación. La plaga rasgó los cuerpos que estaban cubiertos con “fignoli, pustole, mania” y envió un olor fétido.

Ya no había enterraron los cadáveres. Los barcos pasaron por los canales desde donde comenzó el grito “Quien está muerto en la casa los arroja al bote”. La hierba crecía en las calles. Nadie pasó Los ilustres doctores de la Universidad de Padua, pidieron una consulta, incluso negaron la existencia de la enfermedad; los curanderos y los charlatanes inventaron antídotos innecesarios; sacerdotes y frailes indicaron con ira divina la verdadera causa de todo el horror que cayó sobre Venecia.

La situación fue realmente trágica. Luego, el dux Nicolò Contarini, en nombre del Senado, hizo un voto solemne para construir una iglesia “magnífica y pomposa” a la Madonna della Salute si la Virgen hubiera liberado a la ciudad de la terrible enfermedad. También prometió que cada año, el 21 de noviembre, el día de su presentación en el Templo de María, iría allí en procesión. Durante el invierno la peste se desvaneció, pero en marzo de 1631 tuvo un resurgimiento. Solo en otoño fue erradicado. Contarini estaba muerto y el nuevo dux, Francesco Erizzo, inmediatamente quiso cumplir el voto. Por lo tanto, lanzó un concurso para la construcción del templo, pero mientras tanto construyó una iglesia de madera ricamente decorada donde el gobierno y la gente, después de cruzar el Gran Canal en un puente de barcos, fueron en procesión para expresar su gratitud a la Virgen. Esto es lo que, señor: le confío el testimonio de la posteridad.


Para saber más:

EL MEDICO DE LA PESTE. MARCOS SUAREZ. Editorial Júcar. 2000


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José Carlos Bermejo
José Carlos Bermejo. Madrid, noviembre 1971. Escritor. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología, ha colaborado en diferentes medios de comunicación, tradicionales y digitales y trabajado como técnico y responsable de comunicación para más de un ayuntamiento español. Es autor de las novelas WILDE ENCADENADO (prólogo Luis Antonio de Villena), y del thriller Li es un INFINITO de secretos. También de los libros de relatos Retazos de un mundo IMperfecto y Retazos de un mundo INcoherente, ambos traducidos al inglés, al portugués y al italiano. + info: www.josecarlosbermejo.com redaccion@actuallynotes.com

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